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«La energía se va transformando hasta dar una imagen -decía la artista en 1967-. Hay imágenes que están en una concepción mental y otras que están visibles; es decir, hay hitos y ahí puede pasar cualquier cosa». Esa corriente de transformación impulsa las fuerzas creativas de Elda Cerrato. A partir de ella podemos comprender su desarrollo artístico, tan prolífico como virtuoso, ambicioso en sus motivaciones y humilde en su capacidad de asombro.

Con más de cincuenta años de dedicada labor, la artista ha elaborado una cosmovisión de avanzada, que integra sin jerarquías el arte, la espiritualidad, el conocimiento científico y la política. La vitalidad de su trabajo parece residir en una consciente determinación de situarse como artista, mujer y académica, determinación que le ha permitido indagar en conocimientos considerados antagónicos, empujar los límites estéticos y vincularse con el medio artístico de modo transversal. (…)

La producción de Cerrato asume narrativas tan íntimas como colectivas, tan pequeñas en su materialidad (como la de un organismo celular), como globales e incluso cósmicas (en sus mapas y geografías). No existe una medida espacio-temporal unívoca que contenga la tenacidad de la artista para indagar el potencial transformador del arte y las ideas, por lo que analizar solo su obra no le hace justicia a otros de sus desarrollos, como la actividad académica o la militancia política, ya sea partidaria o de acción en el campo artístico. Sin embargo, en sus imágenes puede observarse su autoexigencia para mover los límites de la percepción, para abrir nuevas posibilidades cognitivas e intuitivas.

Sus inquietudes se desenvuelven según las dinámicas del contexto y los debates políticos con la vanguardia intelectual argentina y venezolana, en especial en las décadas de 1960 y 1970. Se extienden desde el estudio de la biología como un camino inicial para comprender los orígenes de lo viviente, pasando por su interés en la potencialidad creativa del método científico, hasta sus posteriores investigaciones sobre geometría y escalas pictóricas, que ya plasma en las primeras pinturas, y el contacto con la Escuela del Cuarto Camino de George Gurdjeff. (…)

Instalada en Caracas con su pareja, el reconocido compositor Luis Zubillaga, comenzó a realizar experimentaciones con papeles, pigmentos y pegamento, una pasta que elaboraba dentro de la bañera del hogar para luego desplegar el material sobre madera, tela o papel. De allí nacen una serie de collages y pinturas que pueden entenderse también como el tránsito desde su pasado de estudiante de bioquímica hacia ese presente de artista migrante y vanguardista. Cerrato fabricaba su papel de arroz y de algodón, al que impregnaba hasta el límite de la fragilidad para amasar imágenes que el crítico Juan Calzadillas, en 1962, caracterizó como “informalismo biomórfico”. (…)

Además de la distancia impuesta por sus migraciones, hay también otra distancia que establece con las expresiones del informalismo en la Argentina: la elección de los materiales y la visualidad de las obras. Por un lado, mientras muchos artistas usaban desechos industriales, de la construcción, o incluso humanos, Cerrato se propuso conquistar los materiales a su modo. Ella fue quien creó sus propios insumos, gesto que parece estar inspirado en las lecturas marxistas -y su componente fuertemente materialista- que en esa época compartía en su casa con artistas e intelectuales venezolanos del grupo El techo de la ballena. (…)

De regreso en la Argentina en 1964, en el cerro Horco Molle en Tucumán, Cerrato inició una nueva serie de pinturas radicalmente diferentes de las de su etapa anterior. A partir del despliegue de colores y la abstracción geométrica, desarrolló con énfasis una narrativa simbólica. (…) influenciada por una serie de sucesos significativos: el nacimiento de su hijo Luciano, los avistajes de OVNIS, el encuentro con la poesía de Aldo Pellegrini y la lectura de Relatos de Belcebú a su nieto, de George Gurdjieff. En esta etapa, denominada «Epopeya del Ser Beta» (1967), desarrolló un notable código visual que habría de tener continuidades y recurrencias en el futuro. (…)

Cerrato se apropiaba del discurso de la ciencia y lo hacía funcionar en sentidos casi antagónicos a los oficiales. Esta estrategia opera sin dudas como una relación de fuerzas que en su obra es más que una marca personal: la artista hizo de esa disputa una forma de vida, no solo en su relación con las ciencias duras sino también dentro de las artes. Otra vez, Cerrato roza aquí un movimiento estético, la abstracción geométrica, y también se desmarca de la tradición precisamente por dotar a la imagen de un universo simbólico que extiende su potencia narrativa hasta la ciencia ficción. El arte óptico y la abstracción geométrica hegemónicos se alejaban de todo discurso narrativo, pregonando la autonomía de la obra y creando una experiencia sensorial retiniana, mientras su dimensión espiritual se dirigía hacia una idea de universalidad. En cambio, las imágenes espirituales que Cerrato desplegaba para esta porción del mundo en crisis operaban en el doble sentido de la interioridad subjetiva y la exterioridad social. En un contexto como el del monte tucumano durante la proscripción del peronismo, en medio de la condensación de tensiones sociales y políticas que terminarían en el golpe de Estado de 1966, la artista ofrece la abstracción espiritual como herramienta de transformación social. Se trata de una posibilidad muy particular de arte crítico, cuyo compromiso político a través de lo simbólico se presentaba como alternativa a los movimientos artísticos radicalizados hacia la revolución social, como lo fue el caso de Tucumán Arde. (…)

Su nuevo imaginario surgió a partir de los años setenta y, más adelante en esa década, comenzó a revelar cierta incidencia en el campo local cuando se integró al grupo que fundaría el Sindicato Único de Artistas Plásticos, junto con Juan Carlos Romero, Diana Dowek, Perla Benveniste y Ricardo Roux, entre otros, con el propósito de promover las bases para un arte nacional y popular.

En este período, la militancia peronista se imprimió con firmeza en su obra. Abundan imágenes del pueblo como un gran cuerpo vivo, por ejemplo, en una heliografía que pertenece a la colección del Museo Moderno, El día maravilloso de los pueblos (1972), de la que la exposición toma su título. La frase es una cita del último discurso que Eva Duarte escribió antes de morir y en el cuadro puede verse una Argentina dividida ferozmente entre la zona agraria y la zona urbana industrial: en el centro y alrededor de los límites políticos del mapa del país hay rostros de trabajadores, una composición que señala la realidad de una nación que se forma por contrastes entre el espacio productivo y su fuerza de trabajo. Además de ser una marca de época, el título anima a pensar la relación deseante que se establece entre las prácticas artísticas y la sociedad, que por entonces imaginaban formas de vida populares en términos utópicos. Estas imágenes son también el testimonio de aquella considerable confianza en el poder de la imaginación para transformar la realidad. Quizás, otra forma de pensar aquellos hitos a los que refiere Cerrato cuando dice: «entre la imagen mental y la visible» suceden hechos inesperados, sean también aquellos chispazos de fuerza colectiva, de energías organizadas en torno a valores de justicia social que por momentos lograron interrumpir el continuo de la historia, como la coincidencia de su participación activa y su compromiso político con el fin de la proscripción del peronismo. Aunque, como sucedió pocos años después de aquel tiempo de efervescencia, esta sinergia entre sus ideas y la realidad se vio interrumpida cuando Cerrato tuvo que viajar nuevamente a Caracas debido a las tensiones desencadenadas tras un nuevo golpe de Estado, en 1976.

* Curadora de la exposición antológica de Elda Cerrato, “El día maravilloso de los pueblos” (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2021). Fragmentos editados del ensayo incluido en el libro catálogo de la exposición, publicado por el Museo en 2022.

FUENTE: P12.COM.AR

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